jueves, 16 de julio de 2009

Fantasía de follaje y luz


Las manos de Eva Erni Borla son testimonio fiel de su intensa relación con el arte. Junto a sus emociones, danzan la música de la naturaleza, con ellas expresa su tiempo, su vida, y El Antigal resume esta historia alguna vez contada.
Fuimos por su obra más reciente, “La cruz de una madre”, y redescubrimos su espíritu intacto y aún más crecido, feliz en su barrio de trabajadores, que parece desprenderse de un mismo cuadro. La paz florece desde las paredes sencillas de su casa, el dolor de Cristo, el gris y a la vez cristalino sentido de los ancianos, los bríos de un corcel blanco de piedra caliza.
Nos dijo de su casa en Cabalando -que cada vez visita menos- donde pasó la mitad de su vida, o de La Catalina, lugar de la infancia llena de recuerdos, el sitio de su abuela, cabalgatas de una legua. De la campiña de Pujato venía la niña de seis o siete años con sus mensajes, trayecto de árboles por el camino, con el sol de las diez, rendijas para los reflejos del cielo azul y la imaginación brotando, tendida en el pasto mirando hacia lo alto. Los regaños de su madre por su regreso tardío, era guardar el íntimo secreto porque nadie entendería su relación con aquella fantasía de follaje y luz. Hoy los viejos paraísos han desaparecido, los campos se han vuelto desiertos.
Alrededor de su casita, de cara a la escuela René Favaloro, los árboles le ofrecen protección. Su puerta mira al crepúsculo, la callecita angosta bordea esta reserva creativa. Los vecinos, mayores y niños que pasan silenciosos, son testigos de las ventanas bajas al sur, marcadas de símbolos antiguos que Eva sueña permanezcan allí para siempre.
“Cuando llegué acá me acerqué más a la ciudad, antes vivía en medio del campo y venía a la escuela de arte en sulky. Guardo el asiento que me traía cuatro veces a la semana hasta aquí. Soy de los primeros egresados del Liceo, del que hace poco se cumplieron cincuenta años.
Cuando regresaba, hallaba al costado de la huella los colores que no podía hacer sobre la paleta, porque no me gustaban. Si bien sacaba buenas notas en pintura, nunca me conformó lo convencional. Allí encontraba de todo, hasta una “brasita de fuego” fue a parar a un cuadro una vez, la hallé muerta, porque soy incapaz de matar un pájaro. Los hongos de la madera, cuando está junto a una charca, al podrirse, es como si brotaran nuevamente. “Es tan noble el leño, que se deja quemar para darnos calor y antes de morir florece”, dice el poeta, y no le damos importancia. El chañarito es mi preferido por sus verdes que resultan muy difíciles. Todavía se encuentran en pequeños montes por ahí y suelen tener hongos de este color. Yo guardo muchos materiales de antes, los tengo de distintas partes del mundo, por ejemplo piedras azules de una población que hay camino al Mar Muerto, turquesas de Perú o lapislázuli de Chile”.
Los ojos de un Cristo transmiten el brillo de Isla Margarita de Venezuela; el blanco de un motivo floral son cáscaras de ajo; el arreglo de una gitana, menos claro, es chala de maíz; los destellos, lapa de suelo argentino; caracol parecido a un sombrerito, que al machacarlo puede ser dorado o plateado. Otros semejantes a flores, cuelgan de un pico de ave. El oscuro de un cuadro, indica el decir de El Greco, “oscuro y hasta difícil”, señala Eva, por la profunda complejidad de sus contrastes. La grana de tuna en el rojo vino de una copa, es en realidad una peste que destruye la planta, especie de lanilla blanca, que al apretarla supura un tinte intenso.
“Todo está en la naturaleza, el Río Limay que todos creen refleja el cielo, se torna verdoso al pasar por las canteras de toba, piedras devenidas de plantas acuáticas por fotosíntesis.
La vida me está dejando experiencia y paz interior, muy grandes. Porque he llegado a hablar con Dios, he hecho los cuadros con su misma carne -me dice- piense si es religión o no. Lo he conseguido con paz y observación constante, cuando nadie tiene tiempo en esta era. No estoy apurada nunca, todo tiene su tiempo y hay que respetarlo. Es tan maravillosa la vida y hay que saberla vivir, no hace falta dinero para eso. Las palabras de Porchia son sabias, “Si no miras al cielo alguna vez, siempre creerás que eres el punto más alto”.
por José López

juntahistorias2@hotmail.com

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